jueves, 29 de enero de 2015

Sangre

Me piden sangre. Que me aleje de esos escritos ñoños y sensibleros que últimamente, es cierto, son habituales.
Me piden sangre como si fuese fácil, como si alejarme de eso no fuese parte de un plan para hacer mi vida algo más luminosa. Hablar de sangre lo deja todo perdido, de un color marrón parduzco que se pega a la piel e inunda y atora cada poro hasta que esbozar una sonrisa duele y desgarra la piel.
Me piden sangre como si bastase pulsar un botón, darle la vuelta a la moneda y usar la otra cara: una cara pintarrajeada y llena de cicatrices preguntando ¿Por qué tan serio?. La cara de alguien que no querrías tener cerca, la de alguien al que no podrías llamar nunca amigo.
Me piden sangre como si no estuviese deseando regalarla, empezando por la de aquellos que estorban en las aceras y por los que no respetan los ceda el paso. Lo que sería el comienzo de una larga lista de culpables a mis ojos, de inocentes a ojos del resto.
Me piden sangre como si alguna vez hubiese dejado de ofrecerla. Que en los últimos tiempos fuese la mía, la que se derrama con cada latido de desengaño, la que intento recuperar usando las manos como un cuenco pero se escurre entre los dedos, no debería suponer una diferencia.
Me piden sangre como quien saca a pasear la parte violenta de su psique, una parte brutal y sádica amarrada al raciocinio por cadenas de gruesos eslabones, tan poderosa que aprovecharía cualquier oportunidad para tomar el control y provocar el caos.
Me piden sangre y me encantaría bañarme en ella, sentir su calidez ferrosa y pegajosa, recibir una oleada que saliese abruptamente de un ascensor en un hotel de montaña. Recibir su bautismo y entregarme a ella, todo rojo y chorreante para siempre.

Me piden sangre pero, simplemente, no estoy de humor ni es el momento.


Saludos

martes, 27 de enero de 2015

sábado, 24 de enero de 2015

Vivido

Hay quien, estando en tu vida largo tiempo, de una manera u otra pasa sin pena ni gloria, un surco en la arena barrido por una ola. Por mucho que lo intentes no podrías recordar nada sobre esa persona, ni el más leve enlace entre ella y tú que haga despertar una sonrisa por su recuerdo.
Aunque, por supuesto, una sonrisa es algo demasiado ambicioso como para que cualquiera pueda provocarla por su recuerdo. Y, en este caso, hasta un mísero alzamiento de cejas quedaría lejos de lo que mucha gente podría conseguir.

Por el contrario hay otras personas, indudablemente especiales, de las que recuerdas cada momento pasado a su lado. No me refiero a historias vagamente relatadas y modificadas progresivamente a lo largo de los años; me refiero a pequeños detalles tan vividos que, al rememorarlos, alteran nuestro ritmo cardiaco tal y como lo hicieron en su momento.
De estas personas nos encontramos pocas, y bastan un puñado de ratos junto a ellas para saber todo el tiempo que quieres dedicarles en el futuro, aunque este sea tan incierto que no sabes si tus buenas intenciones (y con suerte también las suyas) llegarán a materializarse.

Hago lo que puedo por no perder a quien, sin duda, pertenece al segundo grupo.
Acertadas o no, hago cosas; no puedo simplemente esperar, no quiero simplemente esperar.
Y así, esperando lo mejor, estando preparado para lo peor, dedico parte de mi tiempo a quien se pasea por mi mente como lo que en parte ya es, su casa; con la temerosa esperanza de que sea algo recíproco.

Y entre la pléyade de detalles, el que más altera mis latidos es un etílico apretón de manos bajo la mesa.


Saludos

sábado, 17 de enero de 2015

CXXVIII

-"No creo en no creer y me planteo mil cuestiones, porque yo sé que algún día existieron los dragones como existen las hadas, como existen las veladas en candelas de moragas con niñas enamoradas de lunas jóvenes."  Sicario & Hazhe - Arcturus

-"Una persona es tan buena como lo sea su palabra."  La ladrona de libros

-"Se pregunta si no están quizás hablando de nada o si están creando una clave para significados más profundos. No sabe si ella es consciente o inconscientemente coqueta. Siempre piensa que cuando vuelven a encontrarse le hablará con firmeza y le dirá que la ama o algo igualmente directo, algo que ponga la verdad al descubierto; pero en presencia de ella se queda atontado, su aliento cubre de vaho el cristal, no sabe qué decir y cuando dice algo es una estupidez. Lo único que sabe es esto: por debajo de todo, debajo de sus mentes y sus situaciones, él posee, como un derecho de retención de un terreno lejano que hubiese heredado, cierto dominio sobre ella, y que en el grano de la piel de aquella mujer, en la caída de su cabello y en sus nervios y finas venas, ella está dispuesta a aceptar este dominio. Pero entre esta predisposición y él se erigen los obstáculos de lo razonable."  John Updike  - Corre, Conejo

-"Amar es fácil, lo malo es el después, cuando la fuente está seca y sigues con la misma sed." Sharif - Martes trece


Saludos

jueves, 15 de enero de 2015

sábado, 10 de enero de 2015

¿De veras es amor? (Relato)

Temía haber desaparecido como lo haría un susurro durante un vendaval. Largos periodos de silencio, el suyo expectante, le inquietaban más que una ruptura declarada. Las yemas de los dedos le quemaban por las palabras no escritas igual que lo hacía su lengua cuando, tras un par de copas, se le antojaba encender un cigarrillo de esos que continuamente proclamaba estar dejando.
Siempre se había considerado un ejemplar de una especie en extinción: pocos lo echarían de menos hasta que, una vez extinto, se lamentasen de no haber hecho lo posible no ya por protegerlo, sino por haber disfrutado más de su existencia.
La realidad era bien distinta. Aunque algunas peculiaridades hacían que fuese "distinto", con unas comillas que demuestran los múltiples matices que contiene esa palabra, a grandes rasgos no había nada tan atrayente de su persona como para que quisieran tenerlo a su lado tanto como fuese posible.
Y sí, claro, hablo de mujeres.
Porque dentro de una vida bastante cómoda, el mayor inconveniente que le encontraba a la misma era saberse casi irremediablemente soltero.
No dejaba de intentarlo, de todas las formas que se os ocurran: amigas de amigas, páginas de búsqueda de pareja, aplicaciones de ligoteo, grupos de solteros en redes sociales...
Su situación resultaba extraña, o al menos inusual. Ninguna razón aparente le hacía especialmente desagradable o rechazable. Podría describiros una serie de características positivas que le hacían perfectamente compatible con cualquier mujer, pero sería como hacer una lista de la compra para llegar al supermercado y terminar echando al carro más cosas de las que habías apuntado.
Contactaba con tantas mujeres como su tiempo libre le permitía. Varios frentes abiertos en cada momento, sin descuidar ninguno.
Cada uno de ellos parecía funcionar bien, por lo menos al principio. Hablaba de cada una de ellas con la boca llena de halagos y la convicción de que "esta sí" según sus propias palabras. Aunque podría achacársele el que lo intentaba demasiado fuerte igualmente se podría decir que, cuando la situación lo necesitaba, sabía contenerse.
Sin embargo, indefectiblemente, llegaban los silencios y el vacío.
Y con esto volvemos al principio, a ese temor que le embargaba y le desquiciaba.
Y ahí sí es cuando la cagaba. Iba más allá de lo que las reglas no escritas dictan para dos personas que se están conociendo. Mostraba sus cartas, prácticamente las rendía, con la facilidad del que se siente abandonado y se arriesga con un movimiento suicida.
Las asustaba. Usaba términos demasiado profundos como para parecer ciertos aunque en realidad lo fueran. O quizá, en su engaño, terminaba creyéndose unos sentimientos inventados con los que trataba de retenerlas como un actor absorbido por su personaje.


Saludos

viernes, 2 de enero de 2015

El cartel (Relato)

Trabajaba en la oficina de una gran empresa, dentro de uno de esos cubículos de paneles movibles. Siempre creyó que era cosa de las películas americanas, hasta que entró en esta empresa y se dio de bruces con esas paredes grises, tan débiles como efectivas a la hora de evitar ratos improductivos de charla con los compañeros contiguos, tan inaccesibles como los que se encontrasen sentados al otro lado de la sala.
Rodeado por tres paredes, el cuarto lado del cuadrilátero no dejaba una vista a la que valiera la pena llamar vista. Otra pared, en este caso parte del edificio, en un tono de gris algo más claro, suponía que por aquello de crear contraste y ganar algo de luminosidad.
Con este panorama, acudir al trabajo era como un tercer grado salvo que, en lugar de acudir a la cárcel para dormir, pasaba la mañana cumpliendo una pena remunerada.
Una mañana, en parte algo cambió. En esa pared antes vacía, justo frente a su escritorio, habían colgado un cartel de la campaña publicitaria de uno de los productos que su empresa ofrecía. La gente de marketing argumentó que era una manera de que los trabajadores conocieran a fondo la compañía y formasen parte de ella: conocer sus productos y su imagen era implicarse. Él imaginó una explicación más prosaica: la manera más fácil y barata de llenar una pared vacía es con la publicidad sobrante de tu propia compañía.
Los carteles con sus imágenes iban sucediéndose hasta convertirse en una rutina temporal más, como el cobro de la nómina o las tartas de cumpleaños baratas de los trabajadores más veteranos.
Pero, de nuevo, un cambio.
Una cara agradable le saludaba desde el marco. Una joven, aproximadamente de su edad, hacía alguna tarea del hogar en una cocina luminosa y amplia. Vestía ropa cómoda y adecuada para su figura, una amplia sonrisa llenaba su cara y era guapa, realmente guapa, de ese tipo de belleza que, sin destacar ni llamar la atención, una vez que te has fijado no puedes dejar de ver ni comprender como no es obvia para el resto del mundo. La campaña publicitaria, si es que eso importaba, era de un seguro para el hogar.
Cada vez que levantaba la cabeza de su trabajo la veía, siempre sonriendo. Parecía que sonriéndole, insuflándole ánimos desde el silencio, Ya queda menos para terminar el día, El fin de semana se acerca, etcétera.
Se imaginaba cómo sería esa chica, y la dibujaba perfecta en su mente, idealizada. Se veía conociéndola, pasando tiempo con ella para, finalmente, terminar viviendo juntos en esa cocina de la que imaginaba sería una casa espaciosa: la representación de una vida de ensueño.
Pero los cambios, bandazos del destino con más fuerza que la que nos agarra al suelo, suceden también en sentido contrario.
El cartel, en su rotación prefijada, desapareció.
Podría haberse paseado por la oficina, comprobar si la habían cambiado de ubicación; si ahora alegraba la mañana de algún compañero que quizá, estúpido de él, ni siquiera se había fijado en ella.
Pero prefirió despedirse, dejarlo estar. Aquello no habría sido sano: era sólo un cartel.
Habría sido otra historia distinta con una chica de verdad, y eso era lo que realmente importaba.


Saludos