martes, 31 de marzo de 2015

Versos sueltos

Vas por la calle saltando de baldosa en baldosa tratando de no tocar las uniones cuando, en el frenesí del juego, pisas involuntariamente una mierda de perro.
Pura felicidad arruinada por la maloliente e implacable realidad, como si un ente maligno te agarrase de la solapa para lanzarte contra un suelo que te acoge con la suavidad de una desbrozadora.
El camino a la felicidad es una lenta escalada hacia la cumbre, pero la tristeza es despeñarse por un acantilado sin necesidad de haber dado ningún mal paso.
Variaciones sobre un mismo tema, el eterno retorno, un ciclo de fertilidad-esterilidad.
Olas de una tempestad que solo puedes salvar caminando sobre las aguas o zambulléndote en las profundidades del frío y oscuro océano.


Saludos

martes, 24 de marzo de 2015

Oración 14

La irresistible tentación de seguir hablando contra la irrevocable promesa de un acuerdo no escrito.
Ser bueno contra ser atrevido.
Convertir este púlpito público en una ventana privada con la absoluta certeza de que el mensaje llegará al destinatario adecuado.
No romper las reglas del juego aunque esto sea mi casa y aquí siempre juguemos así.
Cáscaras de pipas como evidencia del tiempo perdido.
No existen las manchas de tinta electrónica. Y no es una ventaja.
Pesan más las palabras que no digo que las que me dicen.
Ideas que juegan al escondite y te asustan cuando estás desprevenido.
Hasta la mejor carretera tiene una curva peligrosa.
Un poste de socorro que siempre comunica.
Sentirse como el niño gordo que era el último al que elegían cuando se jugaba a cualquier deporte.
Corto.


Saludos

lunes, 16 de marzo de 2015

jueves, 12 de marzo de 2015

El último rey del valle (Relato)

Kwälah era el rey de su tribu, igual que lo habían sido su padre, el padre de su padre y tantos ascendientes suyos como se podía recordar. Sus territorios abarcaban una amplia extensión de terreno comprendida entre dos montañas: un valle tan antiguo como el mundo que era, a efectos prácticos, el único mundo para todos ellos.
Su tribu había vivido épocas de próspera bonanza: manadas de vacas y ovejas pastaban a lo ancho del valle proporcionándoles leche y carne más que de sobra; un fresco arroyo bajaba cruzando todo el valle alimentado por la nieve acumulada en las inaccesibles cimas; cultivos de verduras y hortalizas crecían tan lozanos como lo hacían los niños nacidos al amparo de las montañas, verdades protectoras y fuentes de toda vida creada a sus faldas.
Pero de esa prosperidad ya poco quedaba. Hacía muchas lunas nuevas que no llovía y las cimas de las montañas, perennemente blancas como forma habitual, ahora se veían resecas y ásperas azotadas por el viento. Apenas había alimentos frescos con los que alimentar a la tribu, las plantaciones habían caído muertas debido a la acuciante sequía y los animales, faltos de verde que llevarse a la boca, eran poco más que sacos de piel y huesos. Todas estas desgracias habían hecho efecto en las relaciones de la tribu, antaño todo algazara y afabilidad, que se habían emponzoñado y creado tensiones y rencillas ante la desconfianza de que el vecino pudiera haberse guardado comida que no compartiese con el grupo.
Estas dificultades robaban horas de sueño a Kwälah, que observaba las estrellas en busca de soluciones, mensajes cifrados en los destellos enviados por los dioses en los que todavía creía y en los que confiaba le darían la sabiduría para arreglar las cosas.
Pero los días pasaban y las cosas no hacían sino empeorar.
Kwälah decidió reunir a la tribu que, a regañadientes, se reunió para escucharle. Solo cabía una solución: en la siguiente luna completa habría un sacrificio.

La mañana del día del sacrificio, Kwälah se despertó con la esperanza de que unas nubes pronosticasen próximas lluvias, pero otro días más un sol ardiente y plomizo abrasaba el cielo. La desesperanza se apoderó de su ánimo y una idea que había anidado hacía tiempo en su corazón se hizo también con su cabeza: los dioses debían estar enfadados, pero nadie de su tribu merecía tal castigo ni sufrimiento.
Kwälah paseó por el el lugar donde aquella noche una joven vería derramada su sangre por el bien común, y mientras rodeaba por cuarta vez el poste clavado en la parte más alta de la aldea, tomó una decisión.

Aquella noche toda la tribu, decenas de habitantes famélicos y raquíticos, se concentró en torno al poste. Cuando el sol terminó por esconderse tras la montaña, el brujo de la tribu caminó entre la multitud acompañado de la joven que, resignada con su corto futuro, caminaba dócilmente hacia su honrosa muerte. No había ningún ruido, ni siquiera los animales se aventuraban a romper la solemnidad de aquella última esperanza. El brujo fue parsimonioso atando a la joven contra el poste mientras la multitud observaba aquella actuación con morboso interés. Una vez atada, el brujo sacó un afilado estilete de hueso, con el que cortaría el cuello de la joven, de entre sus ropajes.
Fue en ese momento cuando una figura salió de entre el público y, con la decisión del que sabe lo que tiene que hacer, le arrebató el estilete al brujo. Arrodillado, mirando a las estrellas, la morada de los iracundos dioses, tan suplicante como desafiante, Kwälah se cortó su propio cuello en un experimentado gesto. La aldea, estupefacta y congelada por la sorpresa, observó como, en poco tiempo, la sangre de su rey empapaba el suelo.
Para Kwälah no era justo que nadie de su tribu asumiese culpas que no tenía. Como líder que era tenía que hacer el sacrificio que se le suponía a su gente.

Pocas lunas después el frío volvió, y con él las nieves en las cimas de las montañas. Parecía que el sacrificio había surtido efecto.
Una reunión entre los más viejos de la tribu y el brujo llegó a una conclusión: no volvería a haber un rey, los dioses parecían preferirlo así. Y, aunque nadie se atrevió a formularlo en voz alta, nunca tendrían un rey tan generoso como Kwälah.



Saludos

martes, 10 de marzo de 2015

CXXXI

-"Todavía no han servido nunca las lágrimas para dar cuerda a un reloj ni para mover una máquina de vapor."  Charles Dickens - Los papeles póstumos del Club Pickwick

-"Mira cómo se pone mi piel cuando te recuerdo, espero que algún día este dolor sea útil. No recibo el golpe y me pongo a besar la lona. Desde que no espero nada de nadie no me decepcionan."  Shotta - Estás aquí con Suite Soprano

-"Eso no son más que buenos sentimientos, señor...; las mejores intenciones, como dijo el caballero que huyó del lado de su esposa porque, al parecer, no era feliz con él."  Charles Dickens - Los papeles póstumos del Club Pickwick

-"You can't blame the seed for what the forest taught'em."  Doomtree - Slow Burn


Saludos

domingo, 8 de marzo de 2015

El último texto

Si este fuera mi último texto no os daríais cuenta. No habría nada especial, ni agradecimientos ni despedidas. Ninguna palabra grandilocuente, ningún discurso de retirada. Escribiría algo sobre la constante soledad, algo violento con sangre y fuego, alguna historia de amores (no) correspondidos o de ilusiones deshechas, un puñado de frases surrealistas arrancadas como jirones de otra realidad. Sería algo habitual, típico: mis lugares comunes.
Si este fuera mi último texto habría algún mensaje cifrado que, quizá, solo tú pudieras desentrañar, porque nadie más dio muestras de tener una mente inquieta. Tú serías la inspiración, la causa y la destinataria de ese mensaje, un ente superior al que dirigir unas últimas plegarias aunque estas se perdiesen como una letanía murmurada en una lengua muerta.
Si este fuera mi último texto terminaría como cualquiera de los otros, con un despedida neutra, una solo palabra que no causase impacto ni perdurase en el recuerdo. Simplemente desaparecer en el horizonte de lo común. Otro escritor fracasado.


Saludos

jueves, 5 de marzo de 2015

Graznido: Cuando, habiendo un globo...


















Cuando, habiendo un globo flotando a tu alrededor, no te entren ganas de golpearlo, tu niño interior habrá muerto.












martes, 3 de marzo de 2015

Piro (Relato)

Jugué a la espalda de colosos dioses primigenios con el fuego que les robé cual Prometeo, con la inconsciencia del que no teme castigos sin saber que el mayor castigo no sería una represalia, sino la embriagadora desesperanza que sentí cuando el fuego, agotado por el uso, simplemente se extinguió.
Entonces llegaron eras de miles de noches continuas, con la única compañía de los latidos sordos de un corazón que sentía cada vez más desapegado de mi ser y los cercanos ecos de hirientes carcajadas que reían a costa de mi infundada e inconsciente ilusión.
Durante esa cada vez más densa oscuridad, lo único que me hacía continuar era un espíritu inquebrantable que no sabía poseer. Cuando solo quería dejarme vencer, un cosquilleo, un calambre desde los pies hasta la nuca me recordaba que no basta con ser fuerte por el resto, que principalmente hay que serlo por uno mismo.
Y así fue como adopté un órbita elíptica en vez de circular. Dejé de dar vueltas siendo siempre visible y me alejé para que, con el paso del tiempo, lo que era hubiese quedado atrás hasta convertirme en una versión mejor de lo que quiera que signifique para el resto y mi regreso fuese algo tan esperado como esperable.
Volví a ser portador del fuego, pero esta vez no era robado ni exógeno, era yo quien irradiaba luz, no para ser adorado ni admirado, sino para ser el guía de mi propio camino.


Saludos