Esa mirada a la hora de despedirse se repetía cada vez con más asiduidad, cosa que a ella le daba que pensar desde que tomó consciencia de ello. Pasaba largos ratos preguntándose que querría decir esa mirada.
Era curioso porque, a pesar de tener tanta confianza con él como para contarle cualquier cosa, no veía la manera de preguntarle sobre aquella mirada, como si tuviese miedo de atravesar una frontera imaginaria que hasta ese momento no había existido.
Ella procuraba coincidir menos con él, hasta dejó de llamarlo para su habitual café de los jueves. Creía que evitando el problema se solucionaría por si sólo. Infravaloraba la constancia de un buen hombre.
Pero todo se agota, incluso la constancia de los hombres buenos, y en sus poco a poco más esporádicos encuentros esa mirada, origen del cambio de actitud de ella, fue transformándose en otra más triste y lastimera, como la de un perro al que su dueño aparta de su lado golpeándole con una zapatilla. Una mirada que dejaba entrever los escombros de un sueño roto.
Finalmente su relación dejó de existir. Años después ella creyó reconocerlo a lo lejos mientras cruzaba un parque de regreso a casa. Empujaba un carrito de bebé e iba acompañado por una mujer visiblemente embarazada. La imagen era la de una familia feliz.
En ese momento ella no pudo evitar pensar cómo habría sido su vida si hubiese sido capaz de afrontar aquella antigua mirada.
Saludos