domingo, 24 de febrero de 2008

Desconocidos (Relato)

Era una madrugada de una noche cualquiera. Era el primero en la cola de gente que esperábamos un taxi en la parada. Eramos unos desconocidos entre nosotros, exceptuando algún grupo de amigos cuyos destinos seguían un mismo camino y alguna pareja destinada a acabar la noche en el hogar de uno de ellos.
Los taxis llegaban con cuentagotas, y ahora que el próximo vehículo sería para mi, ese intervalo de espera se acrecentaba debido a la ansiedad y el aburrimiento. Para matar el tiempo me fijaba en los coches que pasaban frente a la parada, o en los pocos transeúntes que tenían la fortuna de volver a sus casas andando por una mera cuestión de proximidad.
Fue entonces cuando me fijé en él. Sus movimientos torpes y poco seguros, sus andares zigzagueantes demostraban indudablemente un profundo estado de embriaguez, es decir, una borrachera de las que te hacen plantearte tu vida a la mañana siguiente. Yo lo veía a unos veinte metros de distancia con cierto interés. Ninguno de mis anónimos compañeros de espera parecían haberse dando cuenta de su presencia (algunos de ellos ciertamente tenían mejores cosas que hacer)
De repente, cuando se encontraba en mitad de la calzada (se puede decir que tuvo la suerte de que no pasase ningún coche), su camino cambió de manera drástica para dirigirse hacía donde me encontraba. Al principio pensé que, en un fugaz momento de lucidez, había decidido abandonar sus planes, cualesquiera que fuesen, para esperar un taxi que le condujera a la serenidad de su casa. Pero sus movimientos se volvieron aún más extraños si cabe. Comenzó a palparse los bolsillos en busca de algo hasta que dio con ello.
No podía creer lo que veían mis ojos. Lo que estaba viendo no podía ser real. La noche y la distancia debían estar gastándome una amarga broma. Cuando levantó el brazo ya no podía equivocarme: nos apuntaba con una pistola.
No sabría decir si mi reacción fue rápida o lenta. El caso es que me giré para intentar dar la voz de alarma al tiempo que el borracho empezaba a disparar. Una bala rebotó en el suelo a unas decenas de centímetros de mis pies. Las caras de las personas que estaban justo a mi lado tenían un gesto de miedo y asombro. La segunda bala me atravesó por la espalda uno de mis riñones. Ahí caí al suelo. Entre dolor pude ser testigo del resto de la escena.
La gente del final de la cola pudo salir corriendo para ponerse a salvo. El borracho siguió disparando no sé cuantas veces. Hombres y mujeres se desplomaban delante mía alcanzados por balas alcohólicas. El sonido de los disparos retumbaba en la silenciosa calle. Un tibio charco de sangre me rodeaba creciendo con mi sufrimiento. Recuerdo que dejé de escuchar disparos. Con dolor conseguí moverme para ver al borracho, de rodillas, llorando, con la pistola humeante a su lado. Algunos vecinos comenzaron a asomarse a sus ventanas para presenciar lo que parecía una noticia del telediario. La policía y las ambulancias tardaron poco en llegar, llenándolo todo de sirenas y luces intermitentes.
Algunos sobrevivimos, otros murieron. Al borracho lo detuvieron y solo lo volví a ver en el juicio. Aquella noche, mientras esperábamos un taxi, solo éramos unos desconocidos entre nosotros. Después de esa noche todos compartimos el momento más traumático de nuestras vidas.

Saludos

3 comentarios:

Anónimo dijo...

por eso yo nunca cojo un taxi o autobús porque es más barato y mas seguro

Anónimo dijo...

La próxima vez que salgamos te llevo en coche

奧нå dijo...

Es increible como en cuestión de segundos te puede cambiar la vida, o lo que es peor, acabarse. Saludos,