domingo, 22 de junio de 2008

Reyes del barrio (Relato)

Éramos conocidos en el barrio. Los típicos chavales que todos tenían que soportar y de los que todos hablaban. Los vecinos siempre fueron nuestro mayor problema: demasiados como para amenazarlos o sobornarlos; pero nos conocían desde niños y nos aguantaban.
Nos conocimos en el instituto. Nuestra fama empezó por aquella época cuando robábamos el dinero los demás chavales. Eso sólo fue el principio. Empezamos a repetir juntos, conformando un nucleo duro de repetidores al que todos respetaban, profesores incluidos, sobre todo desde que se percataron de que cada vez que nos levantaban la voz las ruedas de sus coches amanecían pinchadas y sus retrovisores rotos. El instituto era un espacio de impunidad en el que podíamos relajarnos.
La calle era diferente. Había mas competencia. El respeto nos lo tuvimos que ganar con esfuerzo. Nos metimos en más de una pelea, pinchamos a más de un enterado, nos suturaron más de una brecha en urgencias. Hasta que nadie se atrevió a competirnos nuestra situación.
Fue entonces cuando empezamos a trapichear con lo que caía en nuetras manos. Nos daba igual la cantidad o la sustancia. Sólo teníamos beneficios, éramos jóvenes y teníamos en qué gastarlo. Nos movíamos por las discotecas de moda. Conocíamos a los porteros: ellos se llevaban una parte y nos dejaban hacer negocio dentro de los locales, con lo que la policía no era un problema. Si había algún segurata que no se entaraba de cómo funcionaba la cosa se lo explicabamos con una navaja a milímetros de su ojo. Siempre lo comprendían así.
Una noche estábamos en la plaza a la que daban los portolas de nuestos bloques. Teníamos unas litronas y algo de chocolate que no habíamos colocado ese día. Nuestras risas y voces habían hecho salir a más de un vecino a su terraza pidiendo silencio, obtiendo insultos como respuesta.
Por una de las esquinas de la plaza apereció un vecino, un ex militar con fama de borracho. Esa noche la fama era merecida. Venía tambaleándose, haciéndo eses y con la cabeza agachada mirando fijamente el suelo. Comenzamos a carcajearnos de él, era realmente cómico ver a ese viejo ciego como una bestia, luchando por mantenerse en pie. Al pasar por nuestro lado pareció darse cuenta de nuestra presencia y mirandonos con odio nos soltó un niñatos de mierda que pareció salir de su alma. Se nos llenó la boca de insultos, uno de nosotros le empujó y cayó al suelo con la consiguiente ronda de carcajadas y burlas.
Con la mayor dificultad del mundo se incorporó. Lo último que escuché fue el viejo lleva una pipa. Cuando le miré nos apuntaba con una pistola. Vació el cargador contra nosotros. A pesar de la borrachera estaba a nuestro lado y no falló. Ninguno de nosotros sobrevivió.
Al día siguiente fue noticia de portada. Hasta en el telediario se habló de ello con las típicas declaraciones de los vecinos como Eran buenos chicos o No nos lo esperábamos. Todo ya visto.
Los vecinos siempre fueron nuestro mayor problema pero nos conocían desde niños y nos aguantaban. Hasta que uno no nos aguantó más.

Saludos

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Grandioso y estremecedor, como siempre.
Gracias.

Anónimo dijo...

Se da la circunstancia de que he tenido una sensión de pelis este finde que reflejan lo que cuentas: CASINO y EL PRECIO DEL PODER(SCARFACE).

Patri Hache dijo...

¡Gracias por tu comentario! Supongo que los secretos, nuestros secretos, forman parte de nuestra esencia...


Los vecinos, esos a los que a veces les gusta poner buenas caras... Aiix =(

¡Un beso! :D

Anónimo dijo...

Se me viene una palabra a la boca... racismo. Quizá otra... intolerancia. Y una tercera... violencia.

Muy bueno.
Besos!

Mary Villegas dijo...

Quien con fuego anda, meao amenece...un gran relato.

Gracias por creer en m� me lagan tus palabras.

Besos