domingo, 23 de noviembre de 2008

Tortura china (Relato)

En la antigua china existía un procedimiento de castigo de una eficacia macabra. El castigado era inmovilizado tumbado boca arriba de modo que le cayera una gota de agua sobre la frente cada pocos segundos. Tras algunas horas se formaba una llaga en el lugar de goteo. Pero la verdadera tortura consistía en la incapacidad para dormir, debido al continuo goteo, y en la imposibilidad de beber de ese agua tan cercana, llevando al reo primero a la locura y luego a la muerte.

Le parecía que había pasado una eternidad desde que apagó la luz del dormitorio, pero era incapaz de conciliar el sueño. En alguna parte de la casa había un grifo mal cerrado que dejaba escapar intermitentemente una gota, pero con un ritmo perfectamente estable.
A pesar de ser solo una gota retumbaba en su oído con la fuerza con la que las olas golpean contra las rocas de la costa.
EL dormir había pasado de ser una necesidad a ser un deseo inalcanzable. Daba vueltas y más vueltas en la cama intentando coger una posición cómoda, sin embargo sólo conseguía enredarse en la sábana aumentando su así desvelo.
Optó por levantarse y acabar con la gota, esa gota que se multiplicaba en número e intensidad sólo para martirizarle. Abrió y cerró el grifo, sintiéndose victorioso a la par que aliviado, seguro de poder dormir hasta la mañana siguiente.
Todo fue regresar a la cama y retornar la gota, como el archienemigo de un superhéroe de cómic que vuelve cuando se le ha dado por muerto. La miseria de su vida había convertido una gota en su némesis.
Se sintió inútil. Si no podía resolver nimiedades, ni siquiera podía soportarlas, no sería capaz de arreglar sus verdaderos problemas, esos de los que quería desconectar con un reparador sueño.
No pudo más. Se levantó violento, destrozando todo a su alrededor, pagando su frustración con todas sus pertenencias.
Acudió al cuarto de baño, al que tomó como punto de origen de todos sus problemas, como cuando de críos nos enfadamos con el columpio del que nos hemos caído o con el que nos hemos golpeado.
La ira le dio fuerza para arrancar el lavabo, rompiendo la cañería que empezó a escupir litros de agua encharcando el suelo en segundos. Volcó la estantería de las toallas y los utensilios de baño, arrojándola contra la bañera. Sólo le quedaba descargar su furia contra el váter, víctima colateral de su compañero el lavabo.
Cuando tiraba con rabia de la tapa el agua acumulada en el suelo le hizo perder pie, cayendo a plomo sobre la estantería volcada en mitad del cuarto de baño, con la mala fortuna de partirse la espalda al caer. Así acabó su lucha contra objetos inanimados causada por la locura.
La tortura había terminado.

Saludos

1 comentario:

Anónimo dijo...

poruqe nos torturamos nosotros mismo cuando no existe tortura....???