viernes, 14 de noviembre de 2008

Recordando: Día de pasión y sangre (Relato)

Es la despedida de soltero de uno de los del grupo. Amigos desde críos. Lo llamamos despedida de soltero porque nos vamos a pegar una fiesta todos juntos antes de su boda, pero nada que ver con una despedida. Por votación y a mi pesar se decidió el no contratar a una striper. Mi argumentación fue que uno de nosotros follaría seguro pero ni por esas. Así que nos quedó el plan carcamal: cena en restaurante de “nouvelle cousine”, borrachera a base de vino y visita a la discoteca de moda. Y allí nos encontramos un grupo de treintañeros ciegos como cubas y rodeados de chavales y chavalas de no más de veinticinco años. Viendo el poco futuro de la situación decido buscarme la vida por mi cuenta. Pido un whisky con Ginger Ale. Ante la cara de incredulidad de la jovencísima y neumática camarera cambio mi petición a un Gin tonic. Miro a mí alrededor buscando objetivos. Un grupo de tres mujeres llama mi atención y me dirijo hacia ellas con la sonrisa más seductora de la que soy capaz dado mi estado. Presentaciones, sonrisas, conversación insustancial. Invito a una ronda. Dos de ellas van al cuarto de baño. La jugada está hecha. Conversación personal, acercamiento físico, parece que tus amigas se han perdido. Me invita a su casa. Salimos de la discoteca y llamo un taxi. Ella da su dirección. Besos y caricias en el asiento de atrás. El taxista nos espía a través del retrovisor. Llegamos y subimos. Besos y caricias en el ascensor. Entramos a su casa. Nos tomamos la última copa. Besos y caricias en el sofá. Nos desnudamos en el camino hacia la habitación. Sexo en la habitación. Terminamos y se duerme abrazada a mí. Por la mañana me ducharé, desayunaré y le pediré el teléfono. Nunca viene mal otro número de mujer en la agenda.

Despierto. Gritos. De hombre. Desde dentro de la casa. Soy consciente de donde estoy, pero no veo el por qué de esos gritos. Escucho a voces el nombre de la mujer que duerme conmigo. La miro y veo miedo y sorpresa en sus ojos. Me levanto en el instante en que entra un hombre en la habitación. Nos mira a ambos con la cara desencajada por la ira. La situación me supera. A él no, sabe perfectamente lo que hacer. Se dirige hacia mí y antes de que me dé cuenta me tumba de un puñetazo. Noto algo en mi boca. Un diente suelto. El sabor ferroso de la sangre. Sigue golpeándome mientras estoy en el suelo. Está a horcajadas encima mía mientras me golpea la cara una y otra vez. Escucho los lloros de ella y los insultos de él. Luego no escucho nada. Sólo un pitido agudo en ambos oídos. No veo, no siento. He superado el umbral del dolor. Sé que todo se acaba. Que es el fin. El marido llegó por sorpresa del viaje.

Saludos

2 comentarios:

Patri Hache dijo...

Genial,genial.

Anónimo dijo...

Exhuberante, la delgada linea del placer. Perfecta yuxtaposicion de ideas metafisicas con tilde en la i.