lunes, 12 de abril de 2010

Tiempo de clase

Llevo aproximadamente 20 años de mi vida siendo alumno. Jardín de infancia, primaria, E.S.O., Bachiller, ahora Universidad y entre medio conservatorio de música. Horas y horas dedicadas a escuchar y prestar atención a un profesor. Siendo, además, hijo de profesor, que de por sí no significa nada, pero que marca a fuego un tipo de conducta dentro de las paredes de un aula.
Pero no nos colguemos medallas precipitadamente. Todos hemos sido jóvenes y, por tanto, estúpidos. A mi también me aburrían las clases, no por sí mismas, sino por su obligatoriedad.
Si por nosotros fuera, con 12 años no nos metíamos en una clase ni de broma, pero explícale eso a tu madre y a ver que te comenta. Siendo la cosa así, para matar el tiempo realizabas diversas actividades más o menos molestas para el profesor y compañeros, a saber: hablar, dormitar, juegos de bolígrafo, pintar en el libro de turno, arrojar partículas de diferentes materias a compañeros y cualquier otra cosa con la que hayáis perdido el tiempo en clase.
Pero esa cualidad de las clases , la obligatoriedad, se esfuma cuando entras en la facultad. Es irrelevante que entres o no a clase; siempre encontrarás a alguien que te deje, más o menos gustosamente, los apuntes. En el peor de los casos tendrás uno de los raros casos de profesores que pasan control de asistencia esporádicamente para, en caso de nota final dudosa, echarte de la revisión bajo el motivo de que no acudes a clase.
Por eso nunca entenderé a esa gente que entra en clase y se pone a hablar con su amigo. Y no hablo de los casos en los que comentas algún concepto de la explicación, o le repites lo que acaba de dictar el profesor o te permites un chascarrillo de no más de una frase.
Hablo de esa gente que mantiene conversaciones durante la hora que puede durar una clase, obligando al profesor a interrumpir sistemáticamente su explicación para pedir silencio porque, no olvidemos que en una clase en la que pueda haber más de cincuenta personas habrá como mínimo tres o cuatro conversaciones en activo, con el rumor de fondo real y tangible que eso supone.
Vamos a ver: tenéis por lo menos veinte años (sorprendentemente los repetidores y por tanto más mayores son más propensos a la charla) como para andar haciendo el canelo, porque no tiene otra palabra. Perdéis el tiempo y, ya no es que se lo hagáis perder también a vuestros compañeros (que como sois gilipollas seguramente ni los respetéis), sino que se lo hacéis perder al profesor, que no hace más que su trabajo (aunque supongo que como sois gilipollas tampoco lo respetáis)
Y no son insultos gratuitos. Demostráis vuestra gilipollez a diario, entrando a clase para hablar en vez de quedaros bebiendo cerveza en la cafetería, jugando a las cartas en el césped o fumando porros en el aparcamiento, cualquiera de las tres cosas que hacen los estudiantes sensatos cuando quieren charlar con los amigos.

Saludos
(Especial dedicación a mi amigo Manolo que con su recién recibido título de Licenciado no tendrá que soportar más a esta gente y que, además, me ha pedido más artículos y menos relatos)

2 comentarios:

Manolete dijo...

Jajajaj, Grande Icaro, grande. Que sepas que es todo un honor tu distinción hacia mi persona.

Gran artículo, se me han venido varias personas a la mente leyendo, vease la chupapollas, el pijo-cocainomano.....


Saludos icarete y gracias

compañero de clase habitual en los ultimo 6 años mas o menos dijo...

Doy fe de ello
P.S: ¡Manolete alcalde ya!