lunes, 14 de marzo de 2011

El hombre que por no perder su paraguas perdió su maletín (Relato)

La mayor afición de Serafín era el cine. Dentro de su gris, rutinaria y anodina vida, su mayor fuente de esparcimiento o diversión era el cine. En esta idea han coincidido todos sus familiares, vecinos y compañeros de trabajo. Algunos de ellos insistieron en definir su vida como aburrida.
Tal era su afición por el séptimo arte que todas las tardes acudía a unos multicines de barrio que se encontraba camino de casa.
Antes de continuar con la historia es necesario comentar el segundo rasgo distintivo de nuestro protagonista. Este no era otro que el despiste. Olvidaba hacer cosas totalmente habituales pero que en realidad no le complicaban la vida, sino que se la hacían más trabajosa, más arrastrada. Quizá por eso su vida era tan rutinaria. Si limitaba las acciones de un día a las mínimas, las necesarias y todas ellas recurrentes, habituales o diarias eran menos las posibles situaciones en las que su despiste le pudiese hacer una jugarreta. Pero no pretendamos conocer a Serafín en profundidad, o desentrañar los engranajes de su comportamiento.
A Serafín la pasaban cosas como acordarse, justo al tomar la decisión de apagar la televisión, de desenchufar el aparato antimosquitos (nuestro amigo no soportaba el zumbido de los mosquitos junto a su oreja), olvidándose como resultado de la que había sido su reacción primaria, apagar la televisión.
Hubo otra ocasión en la que estuvo montado en un ascensor, sólo, parado porque no había pulsado ningún botón, durante un tiempo que Serafín, en una de las pocas ocasiones en las que se ha justificado o intentado minimizar su despiste, nunca ha reconocido y siempre ha contabilizado como poco.
Quizá el momento culmen de su despiste fuera plantarse en la frontera de Portugal siendo su recorrido previsto ir de Córdoba a Sevilla, simplemente porque sus recorridos en coche se reducían a los habituales y, al salir de ellos, toda su atención se concentraba en la carretera y el resto de coches.
La historia que nos ocupa tiene la peculiaridad de que conjuga su cruz y su luz: el despiste con sus sesiones de cine.
Ocurrió un día de invierno gris como él. Esos días Serafín iba a la oficina con su traje, su abrigo, su maletín, su paraguas, la cartera y las llaves de casa, cada cual en su bolsillo de la chaqueta correspondiente convenientemente cerrado con su botón.
Como todos y cada uno de los días de trabajo, fue al cine tras salir de la oficina, vio la película que había decidido previamente, el fin de semana, mirando concienzudamente los horarios de la cartelera.
Al salir, a la hora que había previsto y calculado, regresó normalmente a su casa. Cuando llegó al portal descubrió lo que ya todos sabéis por el título de esta historia: el paraguas se había quedado en la sala de cine.
Aquí se hace necesario resaltar lo que parecen dos casualidades, pero que unidas por el azar son el momento de inflexión de los acontecimientos relatados. Por una parte, y como ya hemos dicho, el día era gris y podía haber llovido, pero no lo hizo. Serafín se habría acordado de su paraguas si en algún punto del recorrido entre el cine y su casa una sola gota hubiese caído sobre su cabeza. Pero no ocurrió, y ese pequeño resorte mental no se activó. La segunda casualidad o acontecimiento al azar fue recordar su paraguas justo en el portal. Si lo hubiese recordado en su casa, habría podido soltar el maletín y ya no tendríamos historia, pero al habérsele venido a la memoria en el portal simplemente giró sobre sus pasos y regresó. Un resorte mental que, en este caso, saltó pronto o mal.
El caso es que nos encontramos a Serafín sentado en un banco frente a la puerta de la sala con el maletín a sus pies y entre ellos. Cuarenta y cinco minutos hasta que terminase la sesión y Serafín esperando, concentrado en su objetivo, recuperar su paraguas.
Las puertas de la sala se abren y un puñado de personas inunda el pasillo. Serafín se levanta, busca su butaca y en la de al lado su paraguas, lo coge, sale del cine y emprende el camino a casa por segunda vez en un mismo día.
Sin embargo esta segunda vez era diferente, estaba contento por haber recuperado su paraguas. Se sentía liviano, descansado, con un peso quitado de encima.
Y, como ya sabíais por el título de esta historia, no le faltaba nada de razón.
Allí se quedó, sólo como su dueño, el maletín de Serafín. Bajo un banco frente a una sala de cine. Esperando a que su propietario viniera a reclamarlo.


Especial dedicación a las estrellas fugaces, efímeras estrellas fugaces...

Saludos

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