lunes, 10 de marzo de 2014

Por la noche

El sonido de las calles varía. Lo que durante el día es un ruido constante y homogéneo, casi monótono, por la noche se convierte en una algarabía de elementos perfectamente identificables.
Las voces transmiten, a gritos, sus conversaciones etílicas: mitad verdad, mitad delirio. Palabras secretas proclamadas al falso amparo de la noche.
Durante el día los motores de los coches funden sus sonidos mecánicos en un gran ruido de motor y ruedas girando que parece hacer funcionar la ciudad. Por la noche el ruido de cada motor quiere contarte la historia de su trayecto: desde lejos trata de avisar su llegada para, al pasar a tu lado, saludar y despedirse a un tiempo.
Incluso mis pasos suenan distintos. Amortiguados por un festival de ruidos nocturnos, mis pasos suenan frágiles y etéreos, arrítmicos, clandestinos y cansados. Cada paso es otro número de una cuenta atrás hasta el final de la noche y, al mismo tiempo, una promesa de lo que me espera al girar la siguiente esquina.
Un caos sonoro transformado en sinfonía orgánica salpicada de cristales rotos; sirenas; acelerones y frenazos de coches; risas y llantos; persianas metálicas cerrándose y grupos de personas en movimiento. Música de moda filtrándose por puertas que se abren y se cierran en un continuo trasiego de gente, sonando como una trompeta con sordina.
Camino a través del ruido y la música nadando entre ondas sonoras, haciendo bailar a objetos inanimados, danzando con ninfas borrachas convertidas en princesas por la magia de la música que compongo en mi cabeza.

Las calles siguen sonando vívidamente mucho rato después de llegar a la quietud de casa, como fantasmas de una noche que se niega a desaparecer.

Saludos

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