viernes, 4 de abril de 2014

Aturdido (Relato)

La temperatura cayó varios grados antes de comenzar a llover.
El frío y la lluvia sorprendieron a Luis en plena calle y sin más abrigo que un fino jersey. En pocos minutos estaba calado hasta los huesos y tiritando de frío. Las manos en los bolsillos, el cuello encogido entre sus hombros y los dientes castañeteando dibujaban la perfecta imagen del alguien pasándolo mal a la intemperie.
Sin embargo, el inclemente tiempo que le azotaba le hizo sentirse vivo después de mucho tiempo.
Recientes acontecimientos en su vida le habían aturdido crónicamente, como una enfermedad que le hubiese robado la vitalidad hasta convertirlo en un autómata sin propósito ni rumbo.
Cuando salía a la calle, sin un motivo definido, se encontraba, tras un largo caminar, en sitios desconocidos a los que no recordaba haberse dirigido ni cómo haber llegado. Paso tras paso, inconscientemente, trataba de dejar atrás la realidad sin saber que, indefectiblemente, la realidad caminaba siempre a su lado.
El día de la lluvia fue un despertar: sabía que no se merecía nada de eso, que el frío y el agua eran la personificación del destino riéndose a carcajadas en su propia cara y que eso era más que injusto. De alguna manera, tomar conciencia de la aleatoriedad del infortunio, le sirvió para recuperar fuerzas. Vació el vaso de la paciencia, que tiempo atrás venía rebosando, y se dispuso a enfrentarse a todo lo que había cambiado y a aquello que él mismo habría de cambiar.
Harto de la lluvia, entró en la primera cafetería que encontró y, sentándose junto a la barra, pidió un café. El camarero, al servirle, comprobó que estaba empapado pero con una sonrisa calmada en su rostro:
-Veo que le ha cogida la tormenta de pleno. ¡Vaya diíta malo se ha presentado!
Luis, levantando la vista de la taza y manteniendo la sonrisa contestó:
-Un día tan bueno o tan malo como otro cualquiera, ¿no cree?


Saludos

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