martes, 5 de mayo de 2015

El coche de radiocontrol

De camino al entrenamiento, dos veces por semana, ando varios cientos metros de una calle ancha, de espaciosas aceras ajardinadas, ubicada en una zona residencial. Son aceras concurridas a esa hora de la tarde: jubilados de paseo o sentados en los bancos, familias aprovechando las últimas horas de sol del día, grupos de chavales tonteando, corredores solitarios o en grupo mirando constantemente sus relojes de pulsera.
Pero os quiero hablar de una persona en concreto.
Es un niño: tendrá unos 10 años aproximadamente. No sé qué clase de discapacidad le obliga a estar en una silla de ruedas, pero debe tratarse de algún tipo de parálisis cerebral. Desconozco mucho ese mundo como para hacer un diagnóstico a simple vista.
Lo veo de vez en cuando, acompañado de la que supongo es su madre, jugando con un coche de radiocontrol. No puedo observarlo demasiado rato. Es descorazonador. Tan aleatoriamente injusto que un nudo de impotencia atora mi garganta y empaña mis ojos.
No sé que grado de consciencia hay detrás de esa vista perdida y esa mandíbula entreabierta y desencajada. No sé si los errantes movimientos del coche le hacen añorar la movilidad de la que carece o si, por el contrario, en su imaginación conduce ese coche con el que gana campeonatos viajando alrededor del mundo.

Hay una simple verdad que, en nuestro egoísmo, solemos olvidar: somos tan privilegiados que la ambición nos ciega y dejamos de recordar que el hecho de estar aquí ya es todo un triunfo.


Saludos

No hay comentarios: