domingo, 3 de agosto de 2008

Oasis

Un viento cálido golpea mi cara. Noto como pequeñas partículas de arena ametrallan cada poro de mi piel. El nacimiento de un nuevo día ante mis ojos. Amanece sobre el mar y yo lo observo desde una duna en la playa.
Camino por la orilla mientras suaves olas mojan mis pies con una agradable sensación de frescor. Busco con la mirada piedras redondeadas por la acción erosionadora del agua, las recojo y las lanzo hacia el mar con fuerza. Me gusta ver como salpican agua cuando entran en contacto con ella. Nunca aprendí a hacer ranitas con las piedras, ya sabéis, lanzarlas en un ángulo muy pequeño con respecto a la horizontal para que hagan saltos con la superficie del mar.
Un niño hace un castillo de arena con un foso rodeándolo. Se acerca a la orilla con su cubito para llenar de agua el foso que rodea su castillo. Yo hacía castillos. Me gustaba jugar con la arena, embadurnarme con ella, acabar rebozado para lanzarme al agua y quitarmela de encima. Una sensación de limpieza instantánea. Conforme me hago mayor soporto menos la arena en mi cuerpo. Ahora la aparto escrupulosamente cuando cae sobre mi toalla.
Un grupo de chavales juegan a lanzarse arena mojada. Eran batallas interminables, con aliados que se traicionaban, con falsas treguas, con heridos que corrían a lavarse arena de los ojos, con daños colaterales en personas mayoras que se veían salpicadas por alguna ráfaga extraviada. Ahí acababan, con una sonrisa en la boca de todos y cada uno de los contendientes.
Una familia empieza a organizar su día de playa: sombrillas, sillas, neveras portátiles, cartas, cervezas, platos de plástico, la típica navaja albaceteña con el mango de madera, tortillas de patatas, chorizo y jamón. Hoy día están de moda las mini carpas de plástico; fortines de playa para tomar en propiedad algunos metros cuadrados de arena.
Abandono la playa cuando empieza a abarrotarse. Todo es una marabunta de gente buscando desesperadamente un sitio donde estirar su toalla, llenando a pulmón colchones de plastico para introducirse mar adentro en un vano intento de relajación, gorras de publicidad llevadas con orgullo y esos pequeños conos para tirar las colillas.
Los paraisos cierran cuando llega gente.

Saludos

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