sábado, 13 de diciembre de 2008

Recordando: ¿Y ahora qué? (Relato)

Marcas producidas por lágrimas secas surcan mi cara. Paralelismo con la naturaleza. Un río, fuente de vida, prosperidad; cuando se seca no queda nada, solo su cuenca agotada, un desierto. Mis lágrimas, la última señal de amor; después el vacío, la soledad. Otra forma de desierto. El primero te mata desde fuera, el segundo lo hace desde dentro.
Únicamente tres palabras. Una interrogante. ¿Y ahora qué? Esta pregunta monopoliza mi cerebro. No puedo pensar en otra cosa. Encuentro pocas respuestas pero solo me aportan soluciones que no están en mis manos. Se que hay otra solución pero evito el pensarlo. Viene de un lado de mi personalidad oscuro y desconocido. Un lado que no quiero que tome decisiones.
Hasta hace poco todo era muy fácil. Ella estaba conmigo y me bastaba. Nunca me planteé cuanto duraría pero supongo que daba por hecho que sería bastante tiempo. Ahora se que esto no entraba en sus planes.
Me dijo que se acabó y punto. Sin explicación alguna. Solo la típica excusa, que para el caso es lo mismo. Cualquiera que sea en la que estéis pensando ahora se adapta a mi historia. No creo que fuera algo impulsivo, seguramente lo llevaba tiempo pensando hasta que se decidió. Comunicarme su decisión era un puro trámite. Estas cosas no admiten prorroga alguna. Cuando se acaban unilateralmente también lo hacen colateralmente aunque uno de los dos no se haya percatado del fin.Primero fue asombro por lo inesperado. Luego fueron las súplicas, los ruegos. Todas esas cosas que en realidad no llevan a ningún lado. Después fue el sentimiento de culpabilidad que poco a poco fui volcando en ella hasta convertirlo en odio.
¿Y ahora qué? Ahora me encuentro aquí tomando consciencia de que la única solución que puedo llevar a cabo es aquella en la que nunca antes habría pensado, aquella que nunca querría haber tomado, aquella que es tan drástica y dolorosa que acabará con esto para siempre.Voy a su encuentro. Sé donde trabaja y espero a que salga. Estoy en la acera de enfrente. La tensión recorre mi cuerpo pero al mismo tiempo tengo una sensación de alivio total al saber que este dolor se va a terminar. Cuando sale grito su nombre. Al verme y reconocerme la noto sorprendida y, durante un instante, distingo en sus ojos el reflejo del miedo que siente.
Me lanzo a la carretera en el mismo momento en el que pasa un autobús. El conductor es incapaz de reaccionar a tiempo y me arrolla. Acabo tendido a varios metros del punto de impacto. La tensión ha desaparecido y es sustituida por un alivio que embarga mi cuerpo.
Al final todo se reducía a ella o yo. Lo cobarde hubiese sido acabar con ella. Así que fui yo. Al fin y al cabo ella no tiene la culpa de que yo fuera un desequilibrado.


Saludos

No hay comentarios: