lunes, 14 de mayo de 2012

Turbio (Relato)

Buscando respuestas y soluciones sólo encontré más preguntas sin resolver. Cuando dejé de buscar ya no tuve ningún objetivo en la vida. Caí en la apatía y la desidia.
Entonces empecé a buscarla a ella, pero sólo encontré puertas cerradas y miradas de vergüenza frente al espejo. También dejé de buscar y ya no hubo ilusión. Aburrimiento y gris como algo tangible, como un sabor amargo y desagradable.
Únicamente me quedaba el coraje de seguir adelante. Porque es mentira eso que dicen: la esperanza no es lo último que se pierde. Apareció una mañana, asfixiada a los pies de la cama por la realidad.
Deambulaba por las calles de la ciudad, unas calles corruptas y opresivas, corroyendo mi vida con cada paso y cada mirada alrededor.
Y no podía evitar pensar que, en realidad, la culpa era sólo mía.
La culpa. Peso sobre unos hombros incapaces de soportarlo.
El alcohol era mi refugio. Anestesia para el día a día que, en ocasiones, se volvía contra mí, haciendo aparecer demonios y sombras, oscuras torturas de reproches bañadas en vómito y lágrimas saladas como herrumbre.
Los recuerdos eran las únicas luces en aquellos oscuros días en los que la vida parecía pintada en blanco y negro, con trazos violentos y discontinuos. Podía pasarme horas mirando viejos álbumes de fotos de épocas idealizadas, con una botella en la mano y la rabia de no haber aprovechado más mi tiempo. Parecía el típico cliché de las películas en las que el protagonista, en una situación tan dramática como la mía, termina lanzando con furia la botella vacía contra la pared.
Y esos eran los momentos en los que sonreía, porque nunca cumplía el final de ese cliché, no arrojaba la botella contra la pared. Me daba cuenta de que, al menos, no me había vuelto estúpido.
¿Cual es el final de esta historia? No hay final. Como dije antes lo que queda es el coraje para seguir adelante y en eso consiste todo, en seguir adelante, hasta el día en que una caja de madera nos envuelva y ya todo dé igual.


Saludos

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