jueves, 26 de julio de 2012

Una mente en blanco (Relato)

Plantado frente a unas imponentes y tétricas puertas de metal oxidado, comprendí que aquello era el infierno y yo acababa de morir. La angustia de encontrarme allí eclipsó la sorpresa de que, efectivamente, un infierno nos espera en el más allá. Ver para creer.
Nada a mi alrededor excepto esas enormes puertas como único acceso de una pared que llegaba hasta donde mi vista alcanzaba. Como una fortaleza, sólo que en este caso su función no era impedir la entrada, sino evitar que algo o alguien saliera de allí. El resto de paisaje era un erial salpicado, aquí y allá, de nubes de humo que flotaban estáticas sin un origen aparente.
Supuse que tenía que llamar a aquellas puertas, ya que alguna entidad superior había decidido que mi vida merecía ser castigada con una eternidad de torturas y suplicios. Pero ¿quién querría llamar a las puertas del infierno sabiendo las condiciones? Así decidí quedarme fuera. Mejor una eternidad de aburrimiento que una de torturas.
He de decir que me sorprendieron dos cosas. La primera es que nadie salió a por mi, pero aquello es el infierno y no se caracteriza por su excelente atención al cliente. La segunda es que nadie en mi misma situación aparecía tampoco por allí. Eso me preocupaba más porque, o bien todo el mundo se arrepentía en su lecho de muerte y yo había sido un pringado, o bien me había portado tan mal en la vida que aquello era un acceso VIP y dentro me esperaba un tratamiento especial.
Esta última idea me afianzó en mi decisión de quedarme allí fuera hasta que alguien viniese a por mi, por mucho que eso pudiera enfadar, digamos, a los demonios. Al fin y al cabo, no creí que hubiera mucha diferencia entre un demonio y un demonio enfadado.
Hacía un montón de calor, cosa lógica por otra parte, y eso empezó a complicar las cosas rápidamente. Además, el olor agrio y el humo no ayudaban a calmar una garganta seca. No me quedó más opción que investigar la zona.
Comencé a andar junto a la muralla, buscando algún depósito de humedad en su base, pero aquello estaba más seco que un desierto de sal. Tras un rato andando llegué a lo que parecía una segunda puerta, idéntica a la primera. Aquello desechó mi idea del acceso VIP lo que, he de confesar, me desilusionó un poco. Al menos destacar por algo en la vida, aunque sea en la mala vida que has llevado. Sin embargo, algo que no era consciente de haber visto, hizo que me diera cuenta de que aquello no era una segunda puerta. Por el contrario, era la misma puerta frente a la que había aparecido. Una de las aldabas de las puertas (cabezas de bestias con un aro de hierro entre los dientes) tenía uno de los colmillos partidos. Claro está, era algo que tenía que comprobar así que desandé el camino y, efectivamente, estaba en lo cierto. También pude darme cuenta de que, no es que le hubiese dado la vuelta completa a la muralla, sino que la puerta parecía replicarse cada cierto tiempo permitiendo un único acceso al infierno, dejando a las claras que allí no había escapatoria ni artimañas que valiesen. Una especie de tortura psicológica de bienvenida.
Probé entonces a andar en la dirección contraria a las puertas. Mientras las tuviese a mi espalda me servirían de referencia, cuando las perdiese de vista ya decidiría lo que hacer. Cada vez más sediento y acalorado comencé la marcha. El terreno, yermo y pedregoso, no dificultaba en exceso el andar, pero cada tanto tenía que esquivar alguna de las nubes de humo de extraña y amenazante densidad.
Sin embargo, cada vez que miraba a mi punto de referencia, las puertas no parecían alejarse, como si me estuviesen siguiendo. Desesperanzado conté cien pasos y comprobé que las puertas seguían allí, a la misma distancia que cien pasos antes.
Las cosas estaban como siguen: podía quedarme en un entorno falsamente infinito y ¿morir? sediento, acalorado y asqueado; o podía enfrentarme a lo desconocido sin esperanzas pero con la convicción de haber agotado mis posibilidades.
Mucha gente sabe que no fui una persona valiente, sobre todo muchas mujeres, pero allí tenía la oportunidad de ser realmente otra persona. Agarré la aldaba que tenía el diente roto con la idea de que debía significar algo y llamé. La enorme puerta retumbó para, automáticamente, abrirse con un chirrido espeluznante.
Una ola de aire fresco me golpeó al tiempo que una luz cegadora me obligó a cubrirme los ojos.

-Te estábamos esperando.
Al escuchar aquella voz volví a abrir los ojos. Frente a mí había un grupo de personas sentadas en una larga mesa de madera oscura, todas sentadas hacia mí. Parecían estar flotando ya que el suelo, el cual podía notar porque lo estaba pisando, no se veía a simple vista. Todo era de un color neutro y homogéneo excepto la mesa y las ropas de la gente sentada a la mesa. No había ni rastro de las puertas que acababa de cruzar.
-Te hemos observado allí fuera. Has sido muy perspicaz. La mayoría tardan más tiempo en darse cuenta de que, en realidad, sólo hay una puerta. Todos los que se paran a pensar, está claro. Muchos, por pura inconsciencia, llaman directamente a la puerta.
Cada frase era pronunciada por uno de los hombres o mujeres de la mesa. Sin embargo todas sus voces eran la misma. Hablaban como una sola persona, sin interrupciones entre frases. No sabía quienes eran ni por qué estaban allí.
-Te preguntas quienes somos y por qué estamos aquí, pero deberías preguntarte por qué estás tú aquí.
-Y por qué estoy aquí.
-Eso es algo que debes averiguar tú. Créenos, no te costará. Sólo te diremos una cosa: no pienses en este sitio como un cielo o un infierno. Queda mucho para eso; tanto, que dentro de poco lo habrás olvidado. Dentro de poco todo lo que crees saber se desvanecerá.

Ciertamente, en el instante que supe lo que hacía allí, todo se desvaneció.

Tengo que nacer.
Aquella gente de la mesa, hombres y mujeres, eran probabilidades genéticas de mí mismo. Por eso todos tenían la misma voz. Mi voz.
Estaban allí para despedirse de mí, el afortunado, el elegido.
Todo lo que creía saber sobre la vida, sobre mí, eran generalidades de cualquier vida (¿quién es siempre valiente frente a las mujeres?)
Ahora tengo que nacer. Una mente en blanco que llenar.


Saludos

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