domingo, 11 de mayo de 2014

El trovador (Relato)

Érase una vez un trovador que vivía en un continuo anacronismo: su época era otra. No tenía nada sobre lo que componer versos: no había caballeros de refulgente armadura; ni malvados magos que mantuviesen cautivas a frágiles doncellas; ni dragones de los que, tras darles muerte, una flor brotase de su pecho sangrante. No había nada parecido a un sentido del honor.
La existencia del trovador era triste. Lo que antaño hubieran sido historias épicas con final feliz, ahora eran historias turbias y oscuras, tan míseras y deprimentes como la propia realidad: no conseguía escribir nada positivo porque no encontraba nada positivo sobre lo que escribir.
Sin embargo, el trovador no se rendía: deambulaba errante por el mundo en busca de historias humanas que difundir; preguntaba a cada persona que encontraba en el camino por alguna historia virtuosa, pero se reían de él y le tomaban por loco "La época de los héroes y las princesas ya hace mucho que acabó" le decían.
Cierta noche, cansado y desesperado por su infructuosa búsqueda, alzó la vista al cielo y allí la encontró: no era la estrella más brillante, ni pertenecía a ninguna constelación conocida; pero su color, un azul intenso, la hacía especial en el homogéneo firmamento. Desde el principio, el trovador quedó embrujado e inspirado por el particular brillo de esa estrella. Esa misma noche compuso los más bellos versos que se habían escuchado en los últimos siglos.
Era tal la obsesión que la estrella infundió en el trovador que este, sin dudarlo, comenzó a usarla como luz guía: cada noche la buscaba en el negro manto de la noche y encaminaba sus pasos en la dirección que seguía la estrella.
Pero, cual sería su desilusión, cuando se dio cuenta de que, día tras día, la estrella se alejaba de él: la rotación del planeta era más rápida de lo que el trovador era capaz de viajar durante el día. A pesar de que solo paraba para descansar y alimentarse, el universo le separaba de la estrella a la que, hipnotizado, le dedicaba cada poema y cada pensamiento.
Llegó la noche en que la estrella casi se perdía en el horizonte. ¡Qué triste fue esa noche para el trovador! Maldijo las lágrimas que, por la pena de la despedida, brotaban de sus ojos ya que le impedían una visión clara de su azulada estrella. Cuando, para desgracia del trovador, amaneció, este se encontraba seco y vacío; abandonado.
Su único consuelo era pensar que, en el cíclico movimiento del universo, volvería a ver a la estrella azul pasados varios meses. Cómo de angustiosa fue esa espera nadie puede saberlo: se veía al trovador deambular como un alma en pena sin más motivación que contar los días que habían pasado desde que se despidió de su estrella.
Los meses pasaban y pasaban, mientras la angustia del trovador crecía y crecía.
El mes en el que la estrella tenía que haber vuelto al firmamento llegó, pero no así lo hizo la estrella. El trovador creyó morir cuando, identificando las estrellas que rodeaban a la suya, no encontró el brillo azul de su obsesión entre ellas. No podía comprenderlo: la había acompañado en su viaje mientras pudo; la mantuvo en su recuerdo todos y cada uno de los días que no la tuvo a la vista; y ahora, sin motivo aparente, la estrella no estaba allí. Si lloró el día de la despedida, más lloró el día que no volvió a verla.
En su inconsolable desesperación, el trovador buscó al más sabio de los astrónomos para preguntarle cómo podía haber ocurrido ese hecho, cómo una estrella había desaparecido de la existencia dejándole a él desamparado y solo.
El sabio, compadecido del trovador y sin una explicación lógica con la que responder, le dijo estas palabras:
"Esa estrella, fugaz y errante como tú, también te estuvo buscando cuando os separasteis; ella dio tanto sentido a tu existencia como tú diste sentido a la suya. Sin tus palabras inspiradas por su brillo ella no podría haber brillado. Al perderos de vista su brillo se fue apagando, hasta desaparecer, al no poder escuchar tus poemas dedicados a ella, así como su ausencia apagaba la belleza de tus escritos. Fuisteis un regalo del destino el uno para el otro. Ahora, no permitas que el recuerdo de su brillo también se apague en tu memoria. Sigue escribiendo sobre ella y así brillará por siempre en ti"
Y así fue como, desde entonces, en cada verso de cada poema, el trovador hizo un homenaje a la estrella azul que por siempre brilló en sus parpados cada vez que cerraba los ojos.


Saludos

No hay comentarios: