domingo, 9 de noviembre de 2014

Muro de silencio (Relato)

Terminó por quedarse sordo. Sus capacidades auditivas se fueron deteriorando progresivamente; como si el mundo sonoro, poco a poco, hubiese ido bajando el volumen hasta quedarse completamente mudo. Pero no era cosa del mundo, el problema era estrictamente suyo.
Aunque conocía perfectamente su inexorable destino, meses después de que este llegara se encontraba muy deprimido. Aquellos que creían conocerle daban una explicación muy sencilla: para un melómano reconocido, el no poder escuchar música era un castigo vital.
En realidad, quienes sostenían esa teoría estaban equivocados.
Las canciones que significaban algo para él seguían estando en su cabeza. Le bastaba sentir las vibraciones en los altavoces de su equipo de música para distinguir cada quiebro en la canción, cada cambio rítmico, cada floritura solista. Su cerebro era una reproductor portátil con baterías inagotables.
Lo que hacía que estuviese deprimido es que nunca la volvería a escuchar.
No dejaba de ser irónico: nunca había pensado que ella tuviese una voz bonita, de esas que solemos asociar a locutores de radio. Sin embargo, verla sentada frente a él y no poder oírla le rasgaba el alma. Sabía que, irremediablemente, terminaría olvidando como sonaba su voz: aquí no había una melodía y un ritmo que asociar a un timbre de voz. Escucharla a diario había hecho que no reparase en los matices de su voz, por lo que bien podría tener una voz distinta de la que él todavía creía recordar.
Era algo simple, pero en adelante, siempre echaría de menos el oírla llamarlo por su nombre.


Saludos

No hay comentarios: