miércoles, 19 de noviembre de 2014

Spanish Psycho

Lo reconozco, su temor fue perfectamente aceptable. Cumplo ciertas características comunes con los psicópatas de las películas, entre ellas una inteligencia por encima de la media y cierta capacidad de encaje social disonante: con esto me refiero al caer medianamente bien con una especie de normalidad artificial. Claro está que puede resultar artificial para quien no me conoce, pero eso es otro tema.
El caso es que, si no recuerdo mal, fue una de las primeras veces que los invité a mi casa, puede que incluso la primera. Se me ocurrió hacer algo especial, más allá de las típicas cervezas así que, atención spoiler, preparé chupitos de gelatina, de esos en los que sustituyes parte del agua con la que hidratar la gelatina en polvo de sobre por algún tipo de alcohol.
Cuando llegaron los primeros invitados (ellos saben quienes son), yo ya estaba impaciente por enseñarles mi modesta sorpresa. No fui demasiado parsimonioso, simplemente los dejé sentados en el salón, a la tenue luz de una vieja lámpara de mesa, y les dije que tenía que enseñarles algo, desapareciendo en la oscuridad del pasillo en dirección a la cocina, donde guardaba los chupitos dentro de la nevera.
Por supuesto yo no estaba presente, pero cuando regresé con la bandeja cubierta de vasos de café de esos de cartón, como los de las máquinas expendedoras, llenos de la gelatina ya solidificada, me reconocieron que por un momento habían pensado y llegado a comentar que no les habría resultado tan extraño que esa sorpresa de la que no tenían ni idea hubiese resultado ser, ¿por qué no?, una cabeza humana. ¡Una cabeza humana!
Quizá lo más preocupante (más que el hecho de que dos amigos consideren la posibilidad de que aparezcas pasillo abajo con una cabeza agarrada por el pelo y balanceándose a tu lado al ritmo de tus pasos) es que esos mismo amigos llegasen a la conclusión aparentemente lógica de que, sin duda, el tipo decapitado se lo tendría merecido.


Saludos

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