miércoles, 15 de octubre de 2008

Recordando: Las consecuencias de mis actos (Relato)

Nunca he soportado a la gente que no es capaz de afrontar las consecuencias de sus actos. Me refiero a ese tipo de gente que, después de haber pegado a su mujer o sus hijos, o después de haber atropellado a alguien con su coche último modelo, cuando están delante de un juez se escudan en que estaban borrachos o drogados para ver reducidas sus condenas. Es algo que me revienta por dentro. Si tuviste los huevos de hacerlo ten los huevos de ser consecuente con tu acción. Pero esto, por ahora, no viene al caso.
La cuestión es que, cuando me di cuenta, iban andando los dos unos metros por delante mía. No me habían visto. No sé de dónde habían salido pero estaban de espaldas a mí. Nunca nos habían presentado pero ambos sabían quien era yo al igual que yo sabía quienes eran ellos. Y lo más importante: en su momento me habían faltado al respeto.
Quizá no lo habían hecho intencionadamente pero, quieras o no, lo que haces lo has hecho. Quizá para ellos lo que hicieron no era una falta de respeto; pero para mi, que era el afectado, sí lo era y eso es lo que importa. Sí es verdad que no me lo habían hecho directamente pero, a mi modo de ver, cuando le faltas el respeto a un amigo mío me lo estás faltando a mi. Y eso es ley.
Mi primer instinto fue el de calmarme. Relajarme. Respiración profunda, contar hasta diez y todo ese rollo. Cualquier cosa que hiciese de las que se me estaban ocurriendo no podía traerme más que problemas. Y ahí estaba las decisión: honor o problemas. Para mi estaba claro, pero mi gente, mi familia, mis amigos no lo comprenderían. Lo verían desproporcionado. Fuera de toda ética humana. Ahí enfrente mía seguían los dos, actuando como dos perfectos subnormales. Riéndose a carcajadas como niñas colegialas a la hora del recreo. Pegándole patadas a una botella de plástico como si tuviesen cinco años. Con su actitud de pasotismo e inocencia. Supongo que eso fue la gota que colmó el vaso.
Sentí como la rabia me recorría el cuerpo, nublándome la vista, obcecándome en mis objetivos. Ultra-violencia. Una nueva naranja mecánica. Cogí un ladrillo de una obra cercana. Al primero de ellos le hundí la sien derecha de un golpe. Fue curioso comprobar como su cabeza y el ladrillo se quebraron al unísono con el impacto. Ambas cosas la misma fragilidad. Para cuando el segundo se quiso girar ya le había clavado el ladrillo roto en el cuello. Saqué el paquete de tabaco y encendí un cigarrillo. La nicotina me relajó el pulso. Mientras esperaba a la policía les vi como se atragantaban con su propia sangre. Vi como reducían el ritmo y fuerza de su respiración. Vi como morían.
Mientras esperaba a la policía fumaba un cigarrillo y pensaba en que nunca había soportado a la gente que no es capaz de afrontar las consecuencias de sus actos...

Saludos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si yo actuara así ante ciertas actitudes que me molestan ya habría matado a 20 o 30 a ladrillazos, pedradas o mochazos