lunes, 16 de febrero de 2009

Recordando: La venganza se sirve fría (Relato)

Mi historia de venganza, como la gran mayoría, parte de sentimientos bajos y rastreros como son el odio y la envidia. La historias de venganzas por honor son sólo parte de los libros y de los cuentos y leyendas para niños. El ser humano es (somos, soy) mucho más simple que eso y hace demasiado tiempo que desterró la palabra honor de su diccionario como para recordarla, y menos para una venganza. Al leer esto os preguntareis qué tiene entonces de especial mi historia. Es cierto, no tiene nada de especial, ni siquiera es novedosa, incluso es probable que hayáis oído alguna parecida pero dicen que todo hombre tiene una historia que contar. Y, si dentro de un largo tiempo me pidiesen que contase alguna, supongo que sería esta.
Nos conocimos cuando eramos unos críos en el colegio. Durante esos años no eramos ni tan siquiera amigos. Simplemente compartíamos clase y cruzábamos las palabras justas y necesarias, es decir, nada más allá de "Déjame un bolígrafo" y poco más. Con la llegada de la pubertad me empecé a sentir atraído por ella, pero esa atracción se hacía extensible también al resto de chicas de la clase y prácticamente a las del resto del mundo (por aquello de la efervescencia de las hormonas)
Os ahorraré los detalles del cómo, pero el caso es que empezamos a salir el último año de secundaria, el justamente anterior a empezar la universidad. Era mi primera relación "seria" así que podéis haceros una idea de la ilusión con la que la tomé. Todos hemos pasado por eso, así que no podría deciros nada que no sepáis. Pero como todas las historias esa terminó. Para ser concretó la terminó ella. No importa con qué excusa (todos las rupturas se hacen con excusas). Lo que importa es que dolió. Y como pasa con estas cosas el dolor se convirtió en odio de una manera rápida y natural.
La universidad, luego el trabajo, el tiempo y mi odio nos separaron aún más. Supongo que para ella me convertí en otra cara más en las fotos de clase. Para mi era el foco de las iras de esa parte de mi que se había quedado en la adolescencia.
Pero el azar quiso que nuestros caminos se volvieran a cruzar. Y ahí vi mi oportunidad. Todo empezó con un café, al que la invité con la excusa (una vez más las excusas) de ponernos al día. Habían pasado años y ambos pasábamos la treintena. Ella se había casado, tenía dos hijos, un matrimonio feliz y ejercía de ama de casa a pesar de haber terminado brillantemente sus estudios. "Cada uno elije su vida" me dijo "y yo prefiero estas con mis hijos" Yo me limitaba a escuchar. En todos esos años había ganado experiencia en el trato con las mujeres y sabía mostrarme encantador.
Ese primer café llevó a otros, en los que había cada vez conversaciones más y más personales. Me había ganado su confianza. Era su confidente. El mejor que podía tener ya que no me relacionaba con nadie de su círculo ni familiar ni de amistad. Como sabéis todos los matrimonios tienen un resquicio, algo en lo que no encajan perfectamente, y yo encontré el suyo. Más bien ella me lo mostró. Desde que había tenido a su segundo hijo, ella pensaba que él no la veía igual de atractiva que antes. Así que aproveché ese resquicio para introducirme en él hasta convertirlo en un gran barranco.
A los pocos meses era su amante. Era como un gusano dentro de una manzana, comiéndola poco a poco desde dentro. Llegados a ese punto la manejaba como quería: descuidaba sus labores del hogar, conyugales y, lo que es peor, maternales. Recuerdo que en más de una ocasión la llamaron del colegio para que fuese a recoger a sus hijos mientras estaba todavía entre las sabanas de mi cama.
Mi jugada maestra llegó cuando la convencí para que dejara a su marido y viniera a vivir conmigo. Convencerla fue más difícil de lo que pensaba, pero lo hizo. Le contó toda la verdad a su marido una mañana y esa misma noche se acostaba conmigo con sus maletas al pie de la cama.
Sólo esperé un par de meses para decirle que quería dejarlo. ¿Mi excusa? Que habíamos ido demasiado rápido (realmente había sido yo el que había marcado el ritmo de la relación) Pero era tal el grado de amor que sentía por mi que no le permitía ni siquiera ver esa realidad tan a la vista. Se echó ella misma la culpa, me dijo que cambiaría, me suplicó con lágrimas en los ojos.
Pero mi venganza se había culminado. Se había quedado si marido, había abandonado a sus hijos por un hombre, no tenía casa. Había perdido su vida. Yo seguía igual que antes de conocerla.
Y esta es mi historia. Supongo que ahora me considerareis una especia de monstruo. No me importa. Cuando planeas algo durante tanto tiempo solo te importa que salga bien, no lo que opinen los demás. También pensareis que mi venganza fue desproporcionada. Es probable, pero ese odio había cobrado vida en mi interior y su hambre de venganza era inmenso y solo podía ser saciado con algo equivalente a su hambre.
¿Remordimientos? Ninguno. La venganza elimina cualquier sentimiento de remordimiento. Elimina cualquier rastro de empatía. Elimina cualquier resto de humanidad.

Saludos

2 comentarios:

Patri Hache dijo...

Así es la venganza =)


PD.: pues no entiendo mucho de la serie, pero creo recordar que hay un momento excesivamente repetido =)


Un abrazo! ^^

Yomismo dijo...

Que grande eres.
Colosal, como todos tus relatos.
Un saludo.