sábado, 13 de octubre de 2012

Una televisión encendida (Relato)

-No te esperaba a estas horas.
-Ya, bueno... No sabía muy bien qué hacer. Supuse que seguirías despierta.
Sin contestar, ella entra en su casa y se sienta directamente en el sitio del sofá que ocupaba antes de que él llamase a la puerta, se quita las zapatillas y, encogiendo las piernas, se acomoda. Sin dejar de mirar a su, aunque anhelada, inesperada visita baja el volumen de la televisión y suelta el mando sobre la mesa, de la que coge un cigarrillo de liar apagado y un mechero. Ha dejado la televisión encendida a conciencia; una vía de escape, algo a lo que mirar cuando no sea capaz de mirarle.
Él la ha seguido hasta el salón como un autómata seguiría a su dueño. De pie en el quicio de la puerta la ve acomodarse como, deduce, estaría acomodada antes de su llegada. Sin saber muy bien por qué, como si estuviese cansado por algo, se pone en cuclillas junto a la mesa que los separa y así se queda esperando a que sea ella la que comience a hablar.
-Te puedes sentar si quieres.
-No te preocupes, estoy bien así.
-No me preocupo.
Son muchos los años que hace que se conocen, y algunos menos desde que mantienen una relación sentimental. Qué tipo de relación es algo que ninguno de los dos sabría etiquetar de manera precisa, pero es más el tiempo que pasan juntos que el que pasan con otra gente.
-Estás enfadada.
A pesar de ser algo evidente para ambos, la formulación de esa acusación por su parte es algo que la ofende profundamente.
-¿Cómo esperabas que estaría?
-La verdad es que no lo había pensado.
Sus palabras, deliberadamente cautelosas e inconscientemente mal interpretables, ocultan las ansiosas ganas que tiene de pedirle perdón, de consolarla, abrazarla, de escuchar todo lo que tenga que decirle. Sin embargo sigue ahí, en cuclillas, jugueteando con un librillo de papeles de fumar que está en la mesa.
-¿Para qué has venido? Estaba a punto de acostarme.
Cada bocanada de humo que exhala va acompañada de un profundo resoplido; un intento de controlar su respiración y no explotar en gritos o llanto.
-No sabía muy bien lo que hacer. Ha sido algo mecánico. Cuando me he querido dar cuenta estaba llegando a tu barrio. Algo me decía que tenía que estar aquí.
En ese momento ella agradece no haber apagado el televisor. Un par de lágrimas brotan de sus ojos y no tiene por qué seguir mirándole.
-Pues ya estás aquí.¿Ahora qué?
Ella no va a hacer nada. Suceda lo que suceda esta noche será él quien tenga que tomar la iniciativa. Según ella se lo merece como castigo; para él es algo que se tiene merecido y que acepta como penitencia.
-¿Cuanto tiempo hace que nos conocemos?¿Nueve?¿Diez años? Durante todo ese tiempo te he querido, de diferentes maneras y con distinta intensidad, pero siempre hemos estado uno junto al otro. Nunca he hecho nada que supiera que podría hacerte daño, y si alguna vez te lo he hecho asumo mi responsabilidad, pero en ningún caso habrá sido a cosa hecha... Por favor, no estés enfadada conmigo... Por favor...
De la misma manera orgánica en que uno se despierta un par de minutos antes de que suene el despertador, así recuerdan por qué quieren al otro.
Ella nunca ha conocido a un hombre con la bondad y la honestidad tan a flor de piel como él.
Él sabe que sólo con ella es capaz de expresar sus inquietudes y anhelos sin miedo a la incomprensión.
Sólo les quedaba asumir que, a pesar de su innegable y felizmente cómoda idoneidad, sus humanas imperfecciones les harían enfrentarse a noches como aquella; noches en las que únicamente manteniéndose juntos podrían sacar fuerzas para solucionar sus problemas.


Saludos

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