jueves, 13 de junio de 2013

Esquinado (Relato)

Agobiado por la multitud que le rodeaba, Javier se escudó en una esquina esperando a que la fiesta terminase o a que sus amigos, a los que hacía rato no veía pero confiaba en que siguiesen por allí, estuviesen tan cansados o tan borrachos como para decidir volver a casa.
Muchas caras a su alrededor le eran familiares: compañeros de facultad y amigos de conocidos a los que ya había visto en ocasiones como esta. Sin embargo su cara parecía no ser recordada por nadie o, al menos, eso parecían demostrar. Por supuesto, esto no era verdad: algunos de ellos sabían quién era y, precisamente por eso, lo evitaban.
No es que Javier fuera un tipo insociable, al contrario, era exquisitamente educado cada vez que hablaba con desconocidos, aunque visiblemente condescendiente, por lo que, al rato de hablar con él todo el mundo se sentía menospreciado e incómodo.
Los requerimientos que Javier tenía como necesarios para considerar a alguien digno de interés y confianza eran tantos que se convirtieron en un filtro insuperable y, al mismo tiempo, los tenía tan interiorizados que no era consciente de que el desinterés del resto emanaba de su propio desinterés por el resto.
Bien es cierto que sus amigos incumplían varios de esos requisitos pero, en parte por los años que hacía que los conocía (antes incluso de la fijación de su filtro), en parte por el miedo a no encontrar nada mejor, seguía considerándolos amigos aunque con ciertas reticencias no confesadas.
Emborracharse, armar escándalo, reírse sin motivo, interrumpir al hablar, parlotear de cosas sin interés... eran parte de las cosas que conformaban su filtro; cosas que cualquiera, a propósito o sin pretenderlo, hace en diversas ocasiones, especialmente en una fiesta como en la que se encontraba Javier.
¿Por qué seguía acudiendo a estos eventos? Era parte del peaje necesario para llevar lo que él consideraba una vida real; una vida en la que, irónicamente, tenía que rodearse de gente a la que no soportaba haciendo cosas que odiaba.
Pobre imbécil.
Justo al otro lado de la sala, charlando con amigos y desconocidos, riéndose, bebiendo, viviendo una vida real, estaba Lidia; la que en cualquier película romántica sería su media naranja, ese alma gemela que le haría ver lo errónea que era su actitud para, en última instancia, ser redimido por su amor hacia ella.
Pero, desgraciadamente para Javier, efectivamente esto es la vida real: esa en la que la chica de tu vida no se acerca a ti por casualidad porque está ocupada divirtiéndose y en la que si parece que todo el mundo está equivocado es porque el equivocado eres tú.


Saludos

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