martes, 9 de diciembre de 2014

Invitados (Relato)

Tocas a la puerta tímido y temeroso. Sabes quién te va a abrir, pero no sabes cómo es: esto puede haber sido un error o, literalmente, una puerta abierta a un nuevo y algodonoso futuro.
La persona que te abre te invita a entrar, y crees percibir cierto temor en ella. Estáis en igualdad de condiciones, tanto da que sea ella la que te abre su puerta como tú el que le abres la tuya. De alguna manera está siendo así, metafóricamente recíproco, virtualmente simultáneo.
La conversación fluye, no demasiado profunda al principio, pero detalles se van filtrando en la charla que hacen que las barreras bajen. O quizá porque las barreras van bajando, esos detalles no necesitan tanto esfuerzo para asomar.
El temor hace tiempo que desapareció. Descubres que la otra persona, en un proceso de simbiótica empatía, también desechó esa sensación. Las cosas avanzan en un ritmo convenientemente lento pero seguro. Cada vez más cómodo, lejos de esa persona tímida que llamó a la puerta, hablas de cualquier cosa, porque cualquier cosa contada con la suficiente emoción se convierte en algo interesante.
Empiezas a pensar que, sintiéndote así, sería una buena noticia poder visitar ese sitio tan a menudo como tu anfitriona lo permitiera y, ¿por qué no?, que aquello terminase siendo también tu lugar. Porque, recuerda, que ella también es tu invitada, has sido tú el que ha abierto la puerta y también ella puede querer hacer de ese lugar, hasta ahora tu lugar, su lugar.
Pero las cosas no son tan sencillas, y si lo fueran no serían interesantes, así que te sorprendes cuando, gentilmente te invita a salir de allí, no porque no esté cómoda contigo, sino porque prefiere, por ahora, mantener su espacio. Así que tú, introspectivamente decepcionado pero confiadamente terco, no tienes problema en aceptarlo, aún a sabiendas de que tocarás reiteradamente a esa puerta (abriendo tu propia puerta) sin un desenlace cierto.


Saludos

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