miércoles, 5 de febrero de 2014

Horticultura

Coge una duda, una inseguridad, un temor y trata de olvidarlos: acabas de sembrar el germen de tu propia destrucción. Has creado aquello que querías evitar.
Ahora, quieras o no, piensas en ello y el germen crece. Como cualquier planta, se alimenta de lo que su entorno le ofrece, pero ese entorno eres tú y lo único de lo que puede alimentarse es de tu energía. Así, te drena y te corroe al mismo tiempo.
La planta termina siendo grande y frondosa, tan aterradora como atrayente, bella y mortal como una Venus atrapamoscas. No puedes dejar de observarla a pesar del miedo que te infunde; porque no temes a la planta, temes lo que representa: tu mente lógica y racional defendiéndose de un asedio de sentimientos y sensaciones; abstracto y fantasmagórico, intangible.
Tratas, al menos, de desconectar el cerebro, pulsar ese interruptor de apagado que deje todo en silencio y oscuridad pero, como cierta vez dijiste, careces de ese interruptor ¿recuerdas?.
Solo queda la resignación; asumir que, simplemente, estás jodido hasta que otra cosa, cualquiera, reclame la energía que le corresponda y, entonces, la planta se marchitará hasta morir y servirá, más que como aprendizaje, de abono para un huerto plantado a conciencia.

Saludos

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