domingo, 17 de agosto de 2014

Carta abierta

Supongo que debería tener algo preparado. Sois tantos los presentes que mereceríais un discurso bien pensado y ensayado frente al espejo para poder recitarlo casi de memoria, en lugar de la improvisación que estáis a punto de presenciar y en la que correré el riesgo de divagar.
Desde que comencé a dedicarle algún tiempo de mi vida a esto de juntar palabras me he debatido entre dos tendencias, no sé si antagónicas o complementarias, pero que sin lugar a dudas representan diferentes principios para llegar, quizá, al mismo destino. Y eso suponiendo que haya que llegar a algún sitio y no que cada escrito no sea más que un paseo, un viaje sin término aparente en el que, cada punto y final simplemente representa una historia abandonada al albedrío del lector.
Como decía, distingo dos tendencias, dos métodos de aproximación al folio.
El primero conlleva un trabajo previo, una estructuración del qué y el cómo. Normalmente el esbozo se queda en la mente, permitiendo así que, mi propio fluir consciente e inconsciente meta mano en la historia desde su génesis hasta que esta se ve plasmada, con mayor o menor acierto, en la pantalla. Soy consciente de los riesgos: una idea puede pervertirse tanto que no se reconozca la semilla original, terminando por ser desechada como un hijo bastardo del que nunca quisiste hacerte cargo. Asimismo puede suceder la hipertrofiación de la idea: esta puede coger tal magnitud que, abrumado por los derroteros que esta ha tomado me vea obligado a soltar lastre y dejarla atrás, quién sabe si, para más adelante, cual misión de rescate, internarme en la maraña selvática de pensamientos y rescatarla ya convertida en una obra mayor. Hasta ahora, eso no ha ocurrido.
El segundo método es falsamente espontaneo. Proviene de la total carencia de ideas y de la apabullante falta de ganas de pensar en algo. Como he dicho, me limito a juntar palabras solo que, en este caso, el camino se va haciendo conforme lo voy andando o, puede que siendo más exactos, una oscuridad densa y palpable me oculta el camino y el haz de una linterna, de diferente intensidad dependiendo del momento, me hace descubrir un sendero nunca antes transitado.
Se me hace complicado decidir cuál de las dos tendencias ofrece mejores resultados. No pecaré de falsa modestia si digo que, con ambos métodos, he conseguido resultados reseñables, al menos eso deduzco gracias a la realimentación que obtengo a través de vuestros comentarios tanto públicos como privados. Imagino que, como lectores, no os debe ser fácil discernir entre un texto escrito desde uno u otro método, salvando los obvios batiburrillos de ideas inconexas que di en llamar Oración.
En cuanto a la repercusión de mis escritos, no puedo dejar de sorprenderme por la dispar aceptación entre unos y otros o, más bien, por la diferencia que existe entre mis previsiones y la realidad de vuestros gustos. No sería la primera vez que un texto redondo, personalmente profundo y (permitidme el adjetivo) brillante pasa desapercibido junto a otro más sencillo y perfectamente olvidable.
A ver qué pasa con este.

Saludos

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