sábado, 24 de enero de 2015

Vivido

Hay quien, estando en tu vida largo tiempo, de una manera u otra pasa sin pena ni gloria, un surco en la arena barrido por una ola. Por mucho que lo intentes no podrías recordar nada sobre esa persona, ni el más leve enlace entre ella y tú que haga despertar una sonrisa por su recuerdo.
Aunque, por supuesto, una sonrisa es algo demasiado ambicioso como para que cualquiera pueda provocarla por su recuerdo. Y, en este caso, hasta un mísero alzamiento de cejas quedaría lejos de lo que mucha gente podría conseguir.

Por el contrario hay otras personas, indudablemente especiales, de las que recuerdas cada momento pasado a su lado. No me refiero a historias vagamente relatadas y modificadas progresivamente a lo largo de los años; me refiero a pequeños detalles tan vividos que, al rememorarlos, alteran nuestro ritmo cardiaco tal y como lo hicieron en su momento.
De estas personas nos encontramos pocas, y bastan un puñado de ratos junto a ellas para saber todo el tiempo que quieres dedicarles en el futuro, aunque este sea tan incierto que no sabes si tus buenas intenciones (y con suerte también las suyas) llegarán a materializarse.

Hago lo que puedo por no perder a quien, sin duda, pertenece al segundo grupo.
Acertadas o no, hago cosas; no puedo simplemente esperar, no quiero simplemente esperar.
Y así, esperando lo mejor, estando preparado para lo peor, dedico parte de mi tiempo a quien se pasea por mi mente como lo que en parte ya es, su casa; con la temerosa esperanza de que sea algo recíproco.

Y entre la pléyade de detalles, el que más altera mis latidos es un etílico apretón de manos bajo la mesa.


Saludos

No hay comentarios: