jueves, 29 de enero de 2015

Sangre

Me piden sangre. Que me aleje de esos escritos ñoños y sensibleros que últimamente, es cierto, son habituales.
Me piden sangre como si fuese fácil, como si alejarme de eso no fuese parte de un plan para hacer mi vida algo más luminosa. Hablar de sangre lo deja todo perdido, de un color marrón parduzco que se pega a la piel e inunda y atora cada poro hasta que esbozar una sonrisa duele y desgarra la piel.
Me piden sangre como si bastase pulsar un botón, darle la vuelta a la moneda y usar la otra cara: una cara pintarrajeada y llena de cicatrices preguntando ¿Por qué tan serio?. La cara de alguien que no querrías tener cerca, la de alguien al que no podrías llamar nunca amigo.
Me piden sangre como si no estuviese deseando regalarla, empezando por la de aquellos que estorban en las aceras y por los que no respetan los ceda el paso. Lo que sería el comienzo de una larga lista de culpables a mis ojos, de inocentes a ojos del resto.
Me piden sangre como si alguna vez hubiese dejado de ofrecerla. Que en los últimos tiempos fuese la mía, la que se derrama con cada latido de desengaño, la que intento recuperar usando las manos como un cuenco pero se escurre entre los dedos, no debería suponer una diferencia.
Me piden sangre como quien saca a pasear la parte violenta de su psique, una parte brutal y sádica amarrada al raciocinio por cadenas de gruesos eslabones, tan poderosa que aprovecharía cualquier oportunidad para tomar el control y provocar el caos.
Me piden sangre y me encantaría bañarme en ella, sentir su calidez ferrosa y pegajosa, recibir una oleada que saliese abruptamente de un ascensor en un hotel de montaña. Recibir su bautismo y entregarme a ella, todo rojo y chorreante para siempre.

Me piden sangre pero, simplemente, no estoy de humor ni es el momento.


Saludos

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