lunes, 2 de febrero de 2015

Combustión espontánea (Relato)

Cuando los bomberos consiguieron derribar la puerta, una humareda densa y nauseabunda les dio su calurosa bienvenida.
Abundante agua por cada rincón del apartamento para evitar posibles focos ocultos o rescoldos que hicieran resurgir las llamas y, con ellas, poner en peligro el resto del edificio.
Un destacamento bien entrenado, profesional y eficiente como solo gente dedicada fervientemente a su trabajo puede lograr, consiguió sofocar con rapidez el fuego, que solo era virulento en la habitación, donde sin duda había surgido y, de ahí, propagado al resto de estancias.
Una sola víctima, R.G.B., yacía calcinado en su cama, un esqueleto metálico formado por el somier y el cabecero cubiertos de tizne.
El incendio se había originado allí, pero no había rastros de combustibles ni de fuentes de calor. Todos los enchufes estaban en las condiciones adecuadas. Cualquier explicación física fue rechazada como motivo o causa del incendio.
Ante la ausencia de pruebas lógicas, la investigación concluyó que la única respuesta era la imposible: combustión espontánea.

R. tenía un vicio inconfesable, algo desagradable que le hacía regocijarse como un niño pequeño: disfrutaba de sus flatulencias. Le gustaba que fuesen sonoras, densas y olorosas; se reía tanto con ellas como con un buen chiste.
El momento de mayor goce para él era cuando, ya acostado, generaba un estruendoso pedo que se mantenía algunos segundos tomando consistencia bajo las sábanas.

Aquella noche hacía especial calor. Era uno de esos días de invierno que más bien parecen el comienzo de la primavera, aunque esta quedaba todavía lejos. Su grueso pijama de manga larga venía molestándole hacía rato.
Al moverse para quitarse los pantalones, un retortijón le indicó la inminencia de una ventosidad. Con una sonrisa culpable acomodó el cuerpo para que esta escapase con facilidad. Ese fue su último error.
El pijama, de un barato tejido acrílico, había acumulado electricidad estática y unas pequeñas chispas surgían del mismo en cada movimiento. Cuando a esas chispas se le unió una flatulencia cargada de metano, la llamarada fue instantánea.
El fuego bajo las sábanas y junto al colchón se propagó rápido, sin tiempo para R. de escapar del mismo. Iba a arder en su propio vicio.


Saludos

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