lunes, 12 de noviembre de 2012

Atardecer (Relato)

-Desde aquí se disfrutan unos atardeceres preciosos.
La casa, construida hacía varios años en lo alto de una colina, tenía unas privilegiadas vistas al mar y, efectivamente, los atardeceres que desde allí se podían observar eran dignos de ser vistos.
Sin embargo, el asunto dentro de la casa estaba mal de veras.
El propietario, un promotor inmobiliario abocado a la bancarrota, necesitaba vender urgentemente la casa que se había construido para su disfrute y retiro, cuando este llegase. Había dedicado a este, su proyecto personal, más tiempo que a cualquier lucrativo negocio. Se imaginaba a sí mismo, en un futuro lejano, viviendo en esa casa con su familia y compartiendo su vida en ella con una mujer en concreto.
Esa mujer en concreto, y aquí viene lo triste, es la misma a la que le estaba ofreciendo su casa. A ella y a su prometido, para ser más exactos.
A pesar de que se conocían desde hace años, tantos como duraba su amistad, y a que en ciertos momentos habían tenido acercamientos más o menos serios según la situación, nunca habían concretado su relación, dejándola por mero conformismo, en una sana amistad.
Pero, al igual que ocurre cuando a un niño le quitas un juguete, cuando vio que su relación iba en serio y que, finalmente, ella terminaba comprometiéndose, los sentimientos que permanecían aletargados cobraron viveza demasiado tarde.
Quizá en parte por eso, por su frustración personal, sus negocios comenzaron a ir de mal en peor, acabando por tener que malvender su futuro para intentar mantener su presente.
Ahora se encuentra ofreciendo la realización de parte de sus sueños a la parte no realizada de ese mismo sueño y su prometido. Doloroso renovado amor.
-Os dejo que lo penséis con calma. Yo tengo que irme, ya me devolveréis las llaves. En serio, no os vayáis de aquí sin haber visto el atardecer.
No podía aguantar más allí, viendo el sol bajar en el horizonte reflejándose en los ojos de ella mientras apoyaba su cabeza en el hombro de su prometido, que la abraza cariñoso.
Conduciendo colina abajo no puede borrar de su cabeza la imagen de la pareja, recortada al trasluz de los destellos naranja del crepúsculo del sol, mientras él cerraba la puerta de sus sueños.


Saludos

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